Los especialistas en educación de todo el
mundo parecen estar de acuerdo en que la mejora de la educación pasa
necesariamente, y sobre todo, por la posibilidad de contar con buenos
profesores. La investigación muestra además que la ciudadanía está más o menos
alineada con esta idea (por ejemplo, la excelencia docente es por lejos aquello
que la gente señala cuando se le pregunta qué debe mostrar una escuela para
decir que ofrece educación de calidad). Hay, sin duda, muchos otros factores
que inciden en la enseñanza. El punto es que, como se dice (cada vez más) a
menudo, ningún sistema educativo puede dar más de lo que dan sus profesores.
Pero, ¿de qué hablamos exactamente cuando
hablamos de un buen profesor? Bueno, depende de cómo conciba uno la tarea del profesor.
Si se la restringe a cosas como enseñar a leer, escribir, sumar y restar, los
criterios de lo que cuenta como enseñanza de excelencia van a ser bien
distintos de los que habría si la tarea educativa fuera formar ciudadanos
virtuosos, o preparar la fuerza laboral del país, o desarrollar la inteligencia
y la creatividad de los estudiantes, o “reproducir la cultura”, o
transformarla, o disminuir la inequidad social, o todas esas cosas juntas. Lo
que está en juego aquí es qué es lo que se espera que la educación haga, cuáles
son sus metas. Sólo habiendo resuelto esto puede uno dibujar con exactitud el
perfil de lo que sería un profesor de calidad.
El tema es
altamente complejo y su tratamiento supera por mucho las consideraciones que se
puedan hacer en una columna. Pero si consideramos lo establecido en la Ley
General de Educación, la educación (básica) debería estar dirigida a que
los estudiantes adquiriesen los conocimientos, las habilidades y las actitudes
para todo lo siguiente: desarrollarse en los ámbitos moral, espiritual,
intelectual, afectivo y físico de acuerdo a su edad; desarrollar una autoestima
positiva y confianza en sí mismos; actuar de acuerdo con valores y normas de
convivencia cívica, pacífica, conocer sus derechos y responsabilidades, y
asumir compromisos consigo mismo y con los otros; reconocer y respetar la
diversidad cultural, religiosa y étnica y las diferencias entre las personas,
así como la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, y desarrollar
capacidades de empatía con los otros; trabajar individualmente y en equipo, con
esfuerzo, perseverancia, responsabilidad y tolerancia a la frustración; practicar
actividad física adecuada a sus intereses y aptitudes; adquirir hábitos de
higiene y cuidado del propio cuerpo y salud; desarrollar la curiosidad, la
iniciativa personal y la creatividad; pensar en forma reflexiva, evaluando y
utilizando información y conocimientos, de manera sistemática y metódica, para
la formulación de proyectos y resolución de problemas; comunicarse con eficacia
en lengua castellana, lo que implica comprender diversos tipos de textos orales
y escritos adecuados para la edad y expresarse correctamente en forma escrita y
oral; acceder a información y comunicarse usando las tecnologías de la
información y la comunicación en forma reflexiva y eficaz; comprender y
expresar mensajes simples en uno o más idiomas extranjeros; comprender y
utilizar conceptos y procedimientos matemáticos básicos, relativos a números y
formas geométricas, en la resolución de problemas cotidianos, y apreciar el
aporte de la matemática para entender y actuar en el mundo; conocer los hitos y
procesos principales de la historia de Chile y su diversidad geográfica, humana
y socio-cultural, así como su cultura e historia local, valorando la pertenencia
a la nación chilena y la participación activa en la vida democrática; conocer y
valorar el entorno natural y sus recursos como contexto de desarrollo humano, y
tener hábitos de cuidado del medio ambiente; aplicar habilidades básicas y
actitudes de investigación científica, para conocer y comprender algunos
procesos y fenómenos fundamentales del mundo natural y de aplicaciones
tecnológicas de uso corriente; y conocer y apreciar expresiones artísticas de
acuerdo a la edad y expresarse a través de la música y las artes
visuales.
Entiendo que alguien que nunca ha revisado
esta ley pueda sorprenderse, teniendo en cuenta que lo que pasa de hecho en las
escuelas de nuestro país está a años luz del tipo de educación dibujado por
estas metas. Pero esto es lo que por ley tendría que perseguir la tarea
educativa. O sea es una tarea bien ambiciosa – infinitamente más ambiciosa que
la de enseñar lenguaje y matemáticas. En este sentido, es un paso importante el
que ha dado recientemente el Consejo Nacional de Educación, al incluir en la
medición de la calidad educativa ocho criterios adicionales al SIMCE. (El paso
siguiente es invertir la ponderación establecida, que le da al SIMCE un 67% del
peso, versus un pálido 33% para factores como autoestima académica y motivación
escolar, convivencia, formación y participación ciudadana, y hábitos de vida
saludable, entre otros. Porque, digámoslo, el SIMCE es a los resultados de
aprendizaje esperados apenas lo que una muestra de sangre al cuerpo humano.)
Pero no voy a profundizar en esto aquí. Lo
que quiero mostrar es que el perfil de profesor que se requiere para poder
ofrecer una educación que satisfaga las demandas de la ley es increíblemente
ambicioso. Estamos hablando de un profesor que sabe enseñar muchas cosas y muy
diversas: sabe desarrollar capacidades lo mismo que impartir conocimientos;
inculcar valores lo mismo que despertar la sensibilidad artística; preparar
para el trabajo en equipo lo mismo que para asumir responsabilidades, respetar
la diversidad y cuidar la salud tanto física como mental.
Más aún: todo esto debe enseñársele no a
unos pocos, como era antes, sino a toda la población. Hace algunas décadas sólo
algunos niños iban a la escuela, y unos pocos se mantenían en ella –
generalmente los mejores estudiantes (de castellano y matemáticas). En la
actualidad la cobertura es prácticamente del cien por ciento, y el porcentaje
de escolaridad completa no está demasiado por debajo de ello. Eso quiere decir
que en la sala de clase encontramos niños que aprenden de maneras muy distintas,
sea que se deba a los diferentes “estilos de aprendizaje”, o a las
"necesidades educativas especiales", o a las "inteligencias
múltiples", o a las diferentes "personalidades", o a lo que sea
que explique el ya bien sabido hecho de que una misma metodología de
enseñanza puede ser sumamente efectiva con unos pero no con otros. En
este contexto, el profesor debe disponer de – y manejar relativamente
bien – un abanico de procedimientos. De lo contrario, su tarea será
efectiva sólo con algunos, quizá con apenas unos pocos. Y saber enseñarle sólo
a unos pocos, por ejemplo sólo a los "buenos alumnos", no es
suficiente para merecer el título de buen profesor. Es
precisamente cuando un estudiante no ha podido alcanzar todavía un cierto desarrollo
intelectual o emocional, o cuando no puede quedarse sentado ni poner atención
en una sola cosa por mucho rato, o cuando no tiene la disposición a seguir
instrucciones ni a estudiar, o cuando se dan varias de estas y otras
situaciones, es precisamente entonces que se manifiesta la necesidad de contar
con profesionales de la enseñanza (y
con escuelas de pedagogía). Mientras mayor sea la versatilidad de un profesor,
mientras más variada la gama de situaciones y de personas con que sus prácticas
resultan en aprendizaje, más inclinados vamos a estar a considerarlo un buen
profesor.
La excelencia docente, entonces, requiere
de una riquísima gama de competencias, algunas de las cuales son altamente
complejas. Involucra, entre otras cosas, la capacidad de enseñar sobre diversas
temáticas, de inculcar valores, de entrenar en habilidades cognitivas y
emocionales, de dominar diversas metodologías o estrategias de enseñanza y de
discernir cuál de ellas es la más apropiada para cada caso. Saber enseñar a
leer y escribir es, por cierto, una competencia pedagógica importante; pero es
apenas una, y una que no sirve de
mucho si no se tiene además la capacidad de adaptar adecuadamente esa enseñanza
a todos los estudiantes.
Pregunta: ¿es posible formar un profesional
de estas características en 4 o 5 años? (Antes de contestar, revise de nuevo
las metas educativas que la ley pone para la enseñanza básica y recuerde la
variedad y complejidad de las competencias asociadas al buen profesor.) Otra
pregunta: ¿por qué la carrera de pedagogía tiene que durar 4 o
5 años? (¿Por qué nadie le pide eso a los formadores de médicos?) Y otra más:
¿cuánto tiempo dedican los programas de formación docente al desarrollo de
competencias propiamente docentes, y cuánto a impartir “materias” (matemáticas,
historia, biología, etc.)? Y una más: ¿por qué esas materias?
(Vuelva a repasar las metas educativas.)